sábado, 14 de septiembre de 2013

ASÍ ESCRIBE ELENA MONTAGUD (Fragmentos de algunos de sus cuentos)

A partir de entonces como unos títeres sin albedrío fuimos sometidos y al recorrer las calles nos encontrábamos siempre bajo la lluvia, unas veces con paraguas, otras llenándote del chaparrón que colmaba los sentidos, algunas sosteniendo en tu pecho al niño medio desnudo. Nos mirábamos de soslayo pues hasta las miradas estaban prohibidas. La Sevilla de la posguerra no sólo dejó silencios, hambre, suspiros. También nos dejó el deseo escondido, la pasión de las caricias encubiertas. Ni siquiera sé cómo llegó el momento en el que me reconocí en tus ojos, el momento cuajado de encuentros fortuitos, buscándonos nuestras sombras como dos amantes secretos, rozándonos las  manos en las esquinas de las calles, corriendo por las empinadas callejuelas de Sevilla. Albareda, Bailén, Olavide, Galera, Maravillas. Sólo nombres de calles, pero calles cómplices de nuestros anhelos. Jugando al ratón y al gato, entre verdades y mentiras, sonrisas perladas de miseria, retazos de una época en la que no hubo paz pero sí amor.
            No había en Sevilla dos amantes como nosotros, con ese amor salvaje y sucio que censuraba la posguerra. Mujer abandonada con un hijo a cuestas, los hombres te desterraban del Edén que prometían. Y ahora imagino tu pelo azabache movido furiosamente por el viento. En realidad lo recuerdo. Imágenes vívidas, un tanto confusas, de tu boca sobre mis labios, tu lengua curiosa descubriendo la mía, las manos traviesas enredadas en tus cabellos y el amor, tan sólo el amor. Vos me decías que en el amor no se elige, que te atraviesa como un rayo. Reía como un loco, fumando el mate que siempre estropeabas.

(Fragmento de “Cortázar en Sevilla”. Inédito)



© Javier Durán. Ilustración realizada para el cuento “Una parca labor” (Elena Montagud).

 ***

Héctor no volvió a clase después del incidente en los servicios. Los cuchicheos corrieron rápidamente de boca en boca. Me enteré de que estaba muy mal. Cada vez que iba al servicio sangraba profusamente. Los médicos no entendían qué le ocurría. No habían podido encontrarle nada, ni una infección, ni una insuficiencia, ni siquiera un cáncer de riñón, tal como llegaron a sospechar.
            ¿Por qué los demás no sospechaban nada pero yo sí? Ning me parecía más peligroso que nunca. Me mantenía lo más alejado posible de él. Le evitaba por los pasillos. Su sonrisa de dientes torcidos y su ronca voz me inquietaban.
            Los recreos se llenaban con los gritos de “¡Peste, vacuna!”. Ning siempre quería ser el apestado. Cada día tocaba a alguien diferente. Otro niño enfermó. A partir de ahí todo se desarrolló vertiginosamente.
            Tocó a Manuel en la cara. Al día siguiente llegó a clase con una pequeña erupción. Al otro se había convertido en pústulas. Una semana después no volvió. Dijeron que incluso sus padres se repugnaban ante su presencia.
            Tomás, por su parte, fue tocado en el estómago. Por la tarde comenzó a vomitar. Dos días más tarde estaba delgado como una lima. No podía comer, ni beber. Se lo llevaron del pueblo para que lo viera un especialista. No volví a saber de él.

(Fragmento de “El juego de la peste”. En Calabazas en el Trastero: Peste)



© Javier Durán. Ilustración realizada para el cuento “Génesis del placer” (Elena Montagud).

 ***

A través de esos cantos he podido ver más como ella, más crisálidas colgando de árboles tan enormes que rozan las nubes. He podido comprobar que son muy parecidas. Todas ellas comparten esos cabellos verdosos y todas alguna vez han abierto sus ojos para mirarme, para hacerme comprender que están, que son, que existen, que necesitan de alguien para su afirmación. He llegado a preguntarme si sólo saldrán de sus capullos ante el contacto con otros seres humanos y también me cuestiono si en nuestra sociedad alguien estará gozando de tener una de ellas como yo.
            ¿Se abrirá la crisálida? ¿Se mostrará ante mí esta diosa de otro mundo, de otra cultura, de otra civilización? Son tantas las preguntas que me hago, tantas las pasiones que recorren mi atormentado cuerpo. Yo, siempre tan solitario, tan melancólico, tan afligido, soy ahora un hombre que se siente vivo y feliz. Ella ha sido la que me ha devuelto las ganas de vivir, la que me ha hecho entender que tal vez yo no pertenezca a esta orilla y tan sólo sueño con que me lleve al lugar edénico del que ha venido.
            Oh, sí… Hay muchas como ella. Bellas ninfas con alas a su espalda, con ojos que transmiten saberes milenarios y ciencias que el hombre jamás conoció. ¿Quién es?, ¿por qué ha venido a mí?, ¿por qué he llegado a depender de ella? ¿Es esto, acaso, lo que llaman amor?
            Una cosa la tengo muy clara y es que ninguna, ninguna es como ella, porque eligió a un pobre desgraciado para alegrar su vida, porque me eligió a mí.

(Fragmento de “La crisálida”. En Premio DigiBook. Este relato forma parte de una historia mayor que la autora empezó a desarrollar posteriormente y que se encuentra en proceso de escritura).



© Javier Durán. Ilustración realizada para el cuento “Condemnata regina” (Elena Montagud).