miércoles, 4 de octubre de 2017

Entrevista: CARLOS FRONTERA.

Queridos amigos lectores,

la sección de entrevistas vuelve esta primera semana de octubre con alguien que es nuevo en el cuento y que en realidad no lo es: Carlos Frontera.
Buscaréis en internet la biografía del autor y puede que no encontréis mucho. De él sabemos que nació en 1973, que vive en Sevilla y que Andar sin ruido es su primer libro de relatos publicado. Puedo deciros también, pues hace tiempo que le sigo en redes sociales, que es un tipo ingenioso, divertido y gran amante de los juegos de palabras. También que tiene un pingüino que le está ayudando con la promoción de su libro.
Dicho esto, os dejo ya con las palabras del autor:

¿Cuándo comenzaste a escribir?
La m con la a, ma, a la misma edad que cualquiera, letra arriba, letra abajo. Escribir ficciones con pretensión de literatura, por así decirlo, a los veintipocos años, no sabría precisar la fecha con exactitud, si bien es verdad que, de niños, mi hermano gemellizo y yo hicimos algún cómic y diseñamos algún que otro juego de ordenador —en papel, claro, sin llevarlo a los píxeles—.

¿Y cuándo te dio a inventar esos juegos de palabras con los que nos amenizas los días en las redes sociales?
Pues creo que también a los veintipocos años, lo mismo un pelín antes. Siempre me han atraído los chistes que juegan a confundir con las palabras, que generan dobles sentidos, las homofonías que crean malos entendidos, doctor, ¿qué padezco? Una de las pechás de reír más grandes que recuerdo fue la primera vez que vi a Les Luthiers en vhs, hace ya la tira de años, qué atragante con sus disparates lingüísticos. Que yo comenzase a pertrechar mis propios disparates surgió de forma natural, un poco por imitación y otro por las risas.

¿Qué escritores NO han influido en ti como escritor?
Los que no he leído. Los que he leído me han influido todos, incluso los que considero un truño: como ejemplo de así no, que también es una forma de influencia.

¿Y cuáles autores SÍ te han llegado?
Muchos. Contestaré del tirón y de memoria. Hay dos escritores que me volaron la cabeza —que me molaron la cabeza— en un momento dado: Julio Cortázar e Hipólito G. Navarro. Su frescura, sus juegos con el lenguaje, su sentido del humor para hablar de asuntos terribles, su experimentación con las estructuras, conectaron con mi forma de entender la literatura, es decir, la vida. En general, me gustan los autores con un estilo o impronta o universo o sello o lo que sea reconocibles, propios, autores con alguna singularidad que, nada más leer algo suyo sin saber que es suyo, diga ah, esto es de tal. Por nombrar algunos —y aquí el tirón de memoria, ausencias hay a montones—: Astérix y Obélix, Superlópez, Mortadelo y Filemón, Jiro Taniguchi, Borges, Onetti, Idea Vilariño, Mario Levrero, Sara Mesa, Bohumil Hrbral, Ana María Matute, Chéjov, Juan Rulfo, Slawonir Mrozek, Kafka, Lorrie Moore, Carver, el primer Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Eloy Tizón, Francisco Umbral, Víctor García Antón, Agota Kristof, Ángel Zapata, Salinger, Rafael Pinedo, Felipe R. Navarro, Stanislaw Lem, Clarice Lispector, Paul Viejo, Marguerite Duras y un buen puñado más.


© Isabel Wagemann.

¿Cuál es el último libro que has leído? ¿Nos lo recomendarías?
Estoy terminado El verano sin hombres, de Siri Hustvedt, y es una maravilla. Recomendaría a cualquiera que dejase lo que estuviese leyendo y le metiera mano a El verano sin hombres. Salvo si está con Andar sin ruido, claro; entonces puede esperar a terminarlo y luego ya.

¿Pensaste alguna vez que acabarías publicando un libro de relatos, nada más y nada menos que en la prestigiosa editorial Páginas de Espuma?
Una vez que decidí que iba a hacer rular el manuscrito y a ver qué pasa, Páginas de Espuma era mi primera opción. Como amante del cuento, no se me ocurre mejor editorial para alguien que escribe de izquierda a derecha y de arriba abajo. Pero era mi primera opción como podía ser Monica Bellucci para las noches de inverno, quién iba a pensar que. Y mira.

¿Cómo surgió la idea de escribir tu libro, Andar sin ruido?
Por acumulación. Quiero decir, antes de decidirme a publicar este libro llevaba escribiendo unos veinte años chispa más o menos, imagina la cantidad de material que se puede acumular en veinte años, pero como no tenía intención de publicar, los textos se amontonaban a lo bruto en una carpeta. Tras una labor de selección de los cuentos que pensaba que podrían estar a la altura de un libro, vino un trabajo de búsqueda de puntos en común, conexiones, lazos consanguíneos o del tipo que fueran, y de ahí surgieron tres proyectos o bocetos de libros de cuentos. De los tres, el que más me apetecía sacar a la luz en ese momento es el que finalmente dio lugar a Andar sin ruido, que acabó de tomar forma definitiva gracias al trabajo de Juan Casamayor, el editor, en una fabulosa mañana de domingo en la que descartamos no pocos cuentos del manuscrito original y decidimos casi definitivamente el orden de los que finalmente se quedaron.

© Isabel Wagemann.

Andar sin ruido es también el título de uno de los relatos de este volumen. Háblanos de él.
Es uno de los cuentos que más me costó escribir, si no el que más. Tanto por su temática como por la ejecución. Para resolver lo primero, no quedaba otra que tragar saliva y seguir adelante. Para lo segundo, muchas horas de correcciones hasta dar con la voz de la niña y hacerla presente en todo el texto. En las primeras versiones había muchas frases y deducciones que no podían corresponder a una niña de ninguna de las maneras y venga a  reescribirlas hasta que resultaron creíbles o hasta que las suprimí sin contemplaciones.
Casi todo lo que escribo nace de una imagen o de una frase que un día cualquiera se me presentan y se quedan rondándome. En el caso del cuento Andar sin ruido, había un perro que ladraba sin pronunciar las consonantes, un perro bobalicón y perezoso, y había una niña que tenía que caminar sin hacer ruido. La madre que también camina sin hacer ruido surgió de inmediato, así como el padre que no tolera ningún tipo de ruido y toda la pesca, escenas que iban brotando de a saber qué capa del subconsciente o de donde sea que emerjan estos asuntos.

¿Cuál de los relatos de este libro te ha costado más escribirlo?
Es difícil decirlo. Todos, de algún u otro modo, tuvieron su guasa, por eso de la cercanía. Por mencionar uno, además de Andar sin ruido, al que he hecho referencia antes, digamos Una ligera sensación de puaj. De algún modo, la angustia, el dolor y el abatimiento de la mujer que lo protagoniza me agarraron bien fuerte y costaba avanzar. Por otro lado, una vez escrito el cuento tuve que emplearme a fondo con los recortes. En su primera versión ocupaba algo así como el doble y sentía que contaba en exceso, que explicaba demasiado, por lo que tuve que trabajar mucho la poda del cuento hasta dejar lo que creía que era lo justo para que no se entendiese del todo pero que hubieran las suficientes pistas como para poder entenderlo o deducirlo, por así decirlo. Pretendía que el desamparo, la incomprensión y la sensación de pérdida que experimenta la mujer también los sintiese el lector. A saber si lo habré conseguido.

¿Hay alguna historia autobiográfica en este libro?
Todas y ninguna. Ningún cuento sucedió tal cual pero en todos ellos hay un poco o bastantito de mí mismo, bien sea una anécdota —con las licencias que la ficción permite—, un objeto que formó parte de mi biografía y que recupero para la ocasión, o sensaciones que he experimentado y las traslado a tal o cual personaje y que ellos se avíen.

Muchos de estos relatos giran alrededor de la familia, de una u otra forma. ¿Por qué?
En este libro he querido encerrar a todos los personajes entre las paredes de casa para putearlos un poco, y decir casa es decir familia. Creo que nunca somos más auténticos que en casa, que en casa somos tan adorables y tan crueles como podemos llegar a ser. Luego, conforme nos vamos alejando de casa, vamos agregando maquillaje, abalorios, corrección política, y vamos siendo menos nosotros. Yo quería que los personajes se mostraran sin camuflaje, que dejasen al descubierto sus dudas e inseguridades.


© Isabel Wagemann.

¿Y de dónde sale ese interés por hablar de las tensiones entre las parejas?
Al situar todos los cuentos en casa es evidente que las parejas tenían que aparecer, y las he querido poner en situaciones en las que sus relaciones están a punto de romperse pero aún es posible salvarlas, en un estado transitorio e indefinido con los nervios a flor de piel en el que los hechos no obedecen a una concatenación en la que si A entonces B de todas todas, un estado en el que un mínimo gesto, una palabra de más o de menos puede hacer estallar lo mismo una carcajada que un llanto. Literariamente me interesa mucho más esa tensión que no la placidez de una relación en la que es fácilmente deducible qué ocurrirá a continuación. Literariamente, ¿eh?, que en la vida más allá de los papeles prefiero la placidez y hasta la previsibilidad de dos que se quieren a rabiar.

¿Qué esperas que encuentren los lectores de Andar sin ruido?
Uf, vaya pregunta. Llevo muchos años escribiendo pero sin contemplar la opción de publicar —exceptuando un arrebato veinteañero que por fortuna se me pasó pronto— y eso me ha hecho escribir estos cuentos sin un lector en mente y sin expectativas. No ha sido hasta el ultimísimo momento, hasta que me vi con el libro en las manos, cuando verdaderamente he tomada conciencia de que mis cuentos podrían llegar a manos de un lector, y todo ha sido tan vertiginoso desde entonces que ni tiempo he tenido de plantearme nada.

¿Qué nuevos proyectos literarios tienes en marcha?
Estoy terminando de armar otro libro de cuentos —con algunos rescatados de uno de los montoncitos que hice con el material acumulado tras tantos años escribiendo y con otros cuentos más recientes — y también ocupo mis tardes con las correcciones de una novelita corta que lo mismo tiene su aquel.

¿Te gustaría añadir algo antes de terminar esta entrevista?
Sólo dos cosas: darte las gracias por esta entrevista, Cris, y viva todo.

¡Pues que viva todo, Carlos! ¡Que con tu libro te vaya muy bien! Y muchas gracias a ti por tus tiempo y tus palabras.
Muchas gracias también a Juan Casamayor por proporcionar las fotos para esta entrevista.
Y a vosotros, amigos, gracias por estar tan atentos al otro lado de la pantalla una vez más. Ahora, ya sabéis: ¡a leer!

Cristina Monteoliva