domingo, 13 de diciembre de 2015

Entrevista: EDMUNDO DÍAZ CONDE

¿Cuándo comenzaste a escribir?
Tenía 11 años. Escribí un poemario infumable que guardo como una reliquia diabólica. Se titulaba PECULIARIDADES. Decidí que tenía que superarme. El proceso de superación ya va para 40 años. ¿40 años? Si no lo pongo por escrito no me lo creo.

¿Por qué novela negra?
El desafío es uno de los motores, supongo, que nos ponen en marcha. La novela negra gusta porque rima con los tiempos actuales. Es urbana, dura, violenta, un punto sentimental, a menudo sirve de cauce para denuncias sociales... Me apetecía dar una vuelta de tuerca: diseñar una novela negra en la época en que nace el género (años 20), en la meca del género (Chicago), pero protagonizada por españoles y que prescindiera de uno de sus características más genuinas: el machismo. Una novela negra feminista, digamos, pero todo ello sin que el lector lo advirtiese a primera vista. Un lector que, si el desafío tiene éxito, debería leer la intriga como en estado de suspensión hipnótica, por referirnos a una de las líneas de fuerza de la historia.  

¿Qué debe para ti tener una buena novela negra?
Me parece que todo género exitoso, al igual que todo producto, acaba por romper sus propios diques. Es entonces cuando las etiquetas se demuestran útiles pero también precarias. Hoy en día, el elemento básico que define el negro es probablemente la existencia de uno o varios crímenes y la importancia que revelan estos en la estructura y evolución de la intriga y de los personajes. Alrededor de los crímenes, incluso de la investigación de los mismos, se mueven las pasiones más humanas y también más oscuras de los personajes, condicionados como están por ellos. Esta idea elemental es, a mi juicio, lo que define el negro en la actualidad.

¿Cómo surgió la idea de escribir El hombre que amó a Eve Paradise?
Se llamaba Esperanza. Si viviera, ahora tendría más setenta años. Era malagueña, con un sobrepreso tan evidente como su corazón. Un día me contó que su abuelo, en 1911, se había embarcado en el SS Orteric, con destino a Hawai, y que él había sido uno de aquellos 8.089 españoles que emigraron rumbo al archipiélago entre 1900 y 1913. Buscaba, como también hoy día sucede, mejores condiciones de vida. Cuántas veces me dijo que tenía que escribir sobre aquello. Años después, su emotiva anécdota, que ella contaba con lágrimas en los ojos fue el germen de esta intriga. El germen, quiero subrayar. Porque la historia, propiamente dicha, gira en torno a la investigación de cinco asesinatos truculentos llevados a cabo por un asesino en serie, en el Chicago de los años 20.


                                                                  ©Pepe Ortega

¿Cuánto has tardado en escribir esta novela? ¿Has tenido que documentarte mucho o te has servido de datos que ya conocías previamente?
Dos años, más o menos. Se trató de un proceso escalonado de documentación. En términos globales, como las líneas de fuerza de la novela son cuatro o cinco, y muy jugosas, fue un proceso laborioso. Al principio, todo lo relativo a la emigración. Luego el Chicago de la época, dominado por los virreyes del hampa, la Ley Seca y la violencia más despiadada, la propia hipnosis, que tenía una importancia central en la intriga, y, como no, todo lo relativo a los crímenes, sus procedimientos, su investigación y análisis, sin dejar de lado el asunto del serial killer, cuyo modelo, bastante desconocido y del que espero que hablemos, tomé para mi asesino.

Se conoce bastante sobre la emigración de españoles a Cuba, Argentina o Brasil, pero jamás, hasta leer tu novela, había tenido datos sobre la emigración a las islas Hawaii. ¿Podrías contarnos algo sobre este tema?
Nuestros compatriotas buscaban una vida mejor, a la vez que huir de la intermitente guerra con Marruecos. Esto significa que en la España rural de entonces, los que respondieron a la llamada de la recluta que hicieron los agentes del “Board of inmigration of Hawai”, eran sobre todo jornaleros y gente de extracción humilde que terminaban siendo calificados como prófugos. Por eso muchos embarcaban disfrazados de mujeres y no se despojaban de esas ropas hasta rebasadas las islas Canarias. Estamos hablando de 8.089 españoles, nada menos, que el transcurso de 13 años, entre 1900 y 1913 se sintieron tentados. ¿Por qué Hawai, precisamente? Porque el gobierno de las islas, en connivencia con los plantadores de azúcar, reclamaba  mano de obra barata para las plantaciones en gran auge. Hasta entonces habían contado mayoritariamente con orientales (de ahí los rasgos faciales hawaianos), pero ya en esa época Hawai se había vinculado a USA como territorio, es decir, una especie de protectorado, y prefería que los jornaleros fueran europeos. Qué mejor idea que buscarlos en España y Portugal, en donde las condiciones climáticas eran más parecidas a Hawai. 

¿Es cierto que los emigrantes españoles también recalaron en Chicago en la época del cine mudo?
La mayor parte de los nuestros, una vez que comprobaron in situ la diferencia que había entre la realidad y los pasquines que circulaban por tantos pueblos de España vendiendo las excelencias de Hawai, dieron el salto a Estados Unidos, vía California. Allí los salarios cuadriplicaban los de las plantaciones. Desde allí, en efecto, aquellos que ya dominaban el inglés (y no eran todos, sino principalmente aquellos que habían permanecido trabajando en Honololú, en donde apenas se hablaba castellano) se trasladaron a otros lugares de Estados Unidos. Por supuesto, también a Chicago. La ciudad más norteamericana de todas, la más ambiciosa, la que mejor se definía por las virtudes más genuinamente protestantes y norteamericanas; en particular, puesto que el cine mudo tuvo su meca en Chicago, y no en California, como hemos aprendido a creer.


¿Te hubiera gustado vivir en el Chicago de aquellos tiempos?
Visto a distancia, cualquier pasado resulta mítico. Mucho más si hablamos de un icono. Y el Chicago de los años 20 lo es. Ya en esa época, los grandes estudios se habían trasladado a California buscando un clima más benigno para los rodajes; pero Chicago estaba más vivo que nunca. Me admira cómo nos atrae una gran capital en la juventud. Nos atrae, pienso, porque también la ciudad es joven como nosotros, porque su vigor es el nuestro, su ambición, sus esperanzas, su confianza en el azar y en destino, todo ello está en el corazón de la juventud y de las grandes capitales. Y Chicago era joven. Los rascacielos habían nacido allí (no en Nueva York) y seguían creciendo. Por otra parte, en una atmósfera tan violenta como aquella, en la que Al Capone gobernaba y tenía comprada a la policía, el amor estaba en el aire. No en vano, EL HOMBRE QUE AMÓ A EVE PARADISE, es sobre todo una historia de amor.   

¿Crees en el poder de la hipnosis?
A estas alturas, Cristina, no es tanto una cuestión de fe como de ciencia. Los científicos, a través del escáner, han probado sobradamente que la capacidad cognitiva se modifica en estado de suspensión hipnótica. Ay, qué juego, me pareció cuando empecé a escribir la novela, iba a proporcionarme ese recurso. Entonces pensé que la hipnosis, como recurso narrativo, como terapia, como procedimiento investigador y como cauce para que discurrieran las sospechas del lector, era idónea para la historia que iba a protagonizar mi rutilante, bella, frágil y valerosa actriz de cine mudo, Eve Paradise.

¿Puede llegar a ser verdaderamente feliz una mujer como Eve Paradise?
En este punto (como en todos), el lector tendrá la primera y la última palabra. Eve es, y quién no, una suma de memoria y de esperanza, de miedos y de coraje, de olvido y de recuerdo. La felicidad, tal vez se preguntase ella: ¿Dónde se encuentra? ¿En la alegría, en la serenidad, en la ausencia de miedo? Lo cierto es que jamás se ha enamorado perdidamente, a pesar de su confesada atracción por los chicos jóvenes, por su inocencia, su valor, por la tersura de su piel. Jamás, hasta la llegada de un hipnotizador y su show de hipnosis a Chicago, por supuesto.

¿Qué ha supuesto para ti conseguir el XLVII Premio de Novela Ateneo de Sevilla por El hombre que amó a Eve Paradise?
Un sueño cumplido, una asignatura aprobada finalmente con nota, la convicción de que la suerte, como una ráfaga de viento que sopla a favor o en contra, te bendice cómo y cuándo quiere, sin razones, un poco ciegamente. Es verdad que el premio de novela Ateneo de Sevilla es muy prestigioso, y que escribí esta novela con toda la fe que tenía disponible, pero siempre tuve muy presente las palabras de Eto, cuando un periodista le dijo que era justo que jugase en el Barcelona, por su calidad: “Fue la suerte. En Camerún tuve amigos que jugaban mucho mejor que yo”.
  
                                                                ©Edmundo Díaz Conde

¿Qué esperas que encuentren los lectores en El hombre que amó a Eve Paradise?
Una intensa intriga y, a la vez, una historia que los remueva por dentro. Me gustaría, desde luego, que el lector, de manera muy natural, que convirtiera en investigador. La intriga está diseñada en función de ello; pero, además, que la novela de intriga fuera superada por una historia de emociones, una historia con encanto, apasionada, un historia con sentimiento. Una historia, al final de la cual, el lector se quedase con la sensación de haberse bebido una copa de buen licor, caldeado y reconfortado por dentro, con los ojos humedecidos y una leve sonrisa en la cara.

¿Qué nuevos proyectos literarios tienes en marcha?
Bueno, yo estaba inmerso en el siglo XIX, una novela llena de... como diría. Mejor, no lo digamos, Cristina. Página 250 aproximadamente. Fue entonces cuando pasó lo del premio y las cosas bonitas se sucedieron. Pero los sueños duran poco en la vida de un escritor, excepto en las páginas. Así que pronto volveré a soñar por escrito.

¿Te gustaría añadir algo antes de terminar esta entrevista?
Sí, quisiera añadir que el asesino de la novela; mejor dicho, su modelo existió realmente. Se llamó John Frank Hickey, e inició su carrera criminal en Nueva Inglaterra, cinco años antes que el Jack el Destripador. Allá por 1883. Es el primer asesino en serie conocido, y el primer sobre el que se trazó con éxito un perfil criminalístico. Se le denominó “El Asesino de la Postal” porque tenía el pérfido hábito de remitir postales a las familias de sus víctimas describiéndoles los crímenes, expresando falsos remordimientos y revelando la ubicación de los cadáveres.
Y nada más. Ha sido un placer responder a un cuestionario tan sugerente. Gracias a ti, por la atención que le brindas a mi novela, y también a tus lectores. Estoy seguro de que EVE PARADISE sería de mi misma opinión.

El placer de entrevistarte ha sido mío, Edmundo. Muchas gracias por tu tiempo, tus respuestas y tus fotos personales. Espero que Eve Paradise siga conquistando corazones durante mucho tiempo, y que pronto sepamos de más trabajos tuyos.

Cristina Monteoliva